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Y como en los cuentos esta vez puedo empezar así…. hace muchos pero muchos años, cuando aún era una niña, recuerdo que unos días antes de la navidad, el Sr. Peña, vecino de la calle donde viví, pasaba a pedir una cooperación voluntaria para adornar la calle y para la convivencia vecinal que con motivo del último del día año organizaba junto con su esposa “Cholita” quien preparaba unos deliciosos tamales y un ponchecito para aguantar el frío y la desvelada.

El aspecto festivo de la calle se le daba colgando hilos tranversales y zigzageantes a lo largo de la calle, de donde pendía musgo, pequeños farolitos de papel, esferas y típicos adornos navideños mexicanos, haciendo que ésta se viera hermosamente adornada.

El treinta y uno de diciembre, cada quien cenaba en su casa y exactamente a las doce de la noche el “señor Memo” que era dueño de la mueblería y por ende de los más pudientes económicamente del barrio, salía con su pistola detonando diez balazos al aire, que correspondían a los últimos diez segundos del año que terminaba y, además en numerosas ocasiones donaba la leña que tenía en la fábrica de muebles, para el momento festivo de la noche.

Creo que todos los vecinos, adultos, jóvenes y niños deseabamos terminar la cena lo más pronto posible para salir a divertirnos con la bohemiada que se iba gestando a lo largo de la noche, por momentos bailaban los adultos la música de moda, y en otros salían la guitarras a relucir con hermosos boleros que bien entonadas voces cantaban, mientras tanto los niños mirabamos hipnotizados la llamas que salían de la fogata, y así en un ir y venir de pasos de baile y canciones pasabamos la primera noche del año nuevo.

Hoy las cosas han cambiado, la ecología y el cambio climático no nos permite hacer una fogata puesto que contaminamos el ambiente, pero aquel recuerdo de mis primeras “noches de año nuevo” han quedado permanentemente grabadas en algún lugar de mi mente, y salen a relucir en el momento oportuno, haciendo con ello un gran recuerdo.