MujerLive

Sonó el despertador como siempre, estropeándole el sueño tan maravilloso que estaba teniendo. Se incorporó en la cama y dejó pasar unos minutos hasta adaptarse al mundo de los seres vivos despiertos, como siempre. Desayunó frugalmente, como siempre y salió de casa con la certeza de que olvidaba algo, como siempre. 

Sin embargo, aquel día no era un día como otro cualquiera. Sí, había seguido su rutina, y nada parecía presagiar que fuese a ser un día distinto, pero lo era, y ella lo sabía, aunque no sabía explicar qué le hizo darse cuenta de esa diferencia. 

Como cualquier día hizo cola para subir al autobús, y cuando subió en él tuvo que luchar contra una muchedumbre que la aplastaba, dejándole sin respiración ni espacio para poder guardar la tarjeta del autobús. Y, como siempre, no había asientos suficientes, por lo que tuvo que ir de pie haciendo malabares para no caer al suelo en las curvas. 

Llegó a la universidad, buscó a sus compañeras en la cafetería, pero no estaban. Fue a su clase, pero tampoco estaban. Y ese presagio que le anunciaba que no sería un día como otro cualquiera cobraba más fuerza. 

Quedaban pocos minutos para que empezase la clase. Se sentó en una de las primeras filas, sacó sus apuntes y comprobó, con cierto desagrado, que había preparado la mochila con los apuntes y libros necesarios para el día anterior, y no para ese mismo día. 

Las clases se fueron sucediendo una a una, hasta que por fin, al medio día, la profesora dio por terminada la clase. Por fin era libre hasta el día siguiente. 

Cuando salió de clase pudo comprobar que llovía. Llovía con fuerza, y el viento no ayudaba a mejorar la situación. Cuando echó mano al paraguas comprobó que lo había olvidado en casa. Con un gesto de resignación empezó a andar hacia la parada del autobús. 

Cuando el autobús pasó, evidentemente estaba abarrotado, y su sensación de desasosiego no se iba tan fácilmente. Cuando se bajó del autobús la fuerza de la lluvia había aumentado, por lo que llegó a casa empapada. 

Cuando entró en casa vio una nota de sus padres encima de la mesa, no podían venir a comer a casa, la comida estaba en el horno. Decidió que no tenía mucha hambre, así que pensó en mirar su correo electrónico, y como siempre, sólo había el típico e-mail en cadena que le animaba a buscar la felicidad. Entonces, se topó con aquella frase en negrita: “¿Hace cuánto que no sonríes?” Y entonces, supo que el desasosiego que la había perseguido durante toda la mañana era eso: no había sonreído, no tenía ganas de hacerlo. No sabía muy bien por qué, pero se sentía apática, sin ganas de nada. 

Intentó hacerle caso al e-mail y sonreír, pero en vez de una sonrisa sólo le salió una mueca que en seguida dio paso al llanto. Se tumbó en la cama y llorando se quedó dormida. 

Cuando despertó, el Sol estaba medio oculto por las nubes, pero la lluvia había cesado.

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Bueno, chicas, por primera vez me decido a dar el paso de comentarista a redactora. Siento que no sea con un escrito mejor, pero esto era lo que necesitaba escribir ahora.

Besotes!!