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En la gran tinaja descansaban bien doblados miles y miles de papelitos, suficientes como para que cada alma llegase, introdujese la mano en ella, y pudiera sacar de allí uno, dos, tres… o los papelitos que le diera en gana. 

Cada día era igual: las almas que iban a incorporarse a sus cuerpos, tenían que pasar a la fuerza por la sala de la gran tinaja. Ninguna podía irse de allí sin llevar al menos uno de los papelitos doblados. 

Durante la vida, los papelitos les acompañarían, minuto a minuto, segundo a segundo. Pero no sería hasta el momento de volver, de abandonar el cuerpo y regresar el alma, cuando podrían ver lo que allí había escrito. 

Las almas se quejaban. Podían desdoblar los papelitos, pero estaban escritos en un lenguaje completamente ininteligible. Y sabían que no debían perderlos, sino llevarlos siempre consigo, pues eran el pasaporte para volver de nuevo al descanso eterno. 

Y allí, en el gran salón de la Vuelta, cuando regresaban de haber vivido el tiempo que les correspondía dentro del cuerpo que les había tocado en suerte, allí abrían los papelitos, y aquel lenguaje ininteligible antes, se volvía claro y diáfano. 

Llegó esa tarde un alma algo aturdida. No había tenido tiempo apenas de estar en la tierra y regresar. Su cuerpo diminuto de bebé recién nacido había dejado de latir unas horas después de empezar a respirar. Se acercó al mostrador de entregas, abrió su papelito, lo leyó y lo entregó : “te amarán”. Sólo eso ponía. Luego, pasó de nuevo al rincón del edén en que las almas descansan… 

Le siguió un alma triste, cansada… Su cuerpo no le había dejado momentos de reposo, pero no fue sólo por su propio cuerpo. Abrió los papeles que llevaba: “amarás ciegamente”, “amor de madre”, “amor doloroso”. Su cuerpo había vivido la dicha del amor, del amor ciego hacia quien le hizo daño, del amor ciego, y del amor de madre, que no fue capaz (no tenía los papeles correspondientes) de escapar del amor doloroso y maltratador… que la llevó a entregar su alma. 

Luego apareció un alma despistada. No entendía cómo había podido, de un momento para otro, despegarse de su cuerpo, cuerpo de joven, sano y que parecía lleno de vida, y aparecer ahí, en el gran salón de la Vuelta, delante el mostrador de entregas. Abrió sus papeles: “amor correspondido, pero no entendido” y “amor loco”. Su cuerpo no había podido soportar estar separado de aquel cuerpo, de aquel alma, que era su amor correspondido, pero que nadie entendía; entonces, el amor loco, le llevó por el camino de la desesperación. Unos minutos después, el alma que había sido la del cuerpo que tanto amaba, alma que amaba también…, llega al salón y al mostrador, y muestra idénticos papeles. Se miran, cierran los ojos… y recuerdan que sus cuerpos quedaban juntos, uno sobre el otro, tras obligar a sus almas a separarse de ellos… por la vía del suicidio. Así, pensaban aquellos cuerpos con amor loco, sus almas, al menos, podrían continuar juntas el camino que les esperase. 

El día seguía. Las almas llegaban, leían, entregaban, y se reincorporaban a su edén. 

De vez en cuando…, llegaban almas agotadas. El sufrimiento en tierra aún no les había dado tiempo a recuperarse para su llegada al salón. Llevaban papeles diferentes. Algunas…, más de uno exactamente igual. Pero todos tenían algo en común :“amor imposible”. Eran las almas cansadas de amar… 

Lúa