MujerLive

Hoy he tenido que madrugar. Levantarme con los ojos pegados, desayunar sin tener pan, coger el autobús. De camino al trabajo he empezado a recordar a Yasmín García, una de las participantes de Supermodelo 2006. Cuando me enteré de la existencia de este programa, creí que la televisión en España había llegado al colmo del patetismo. Que no teníamos redención.

Tengo que decir, por el contrario, que trangándome todas mis palabras, aunque sosteniendo mi crítica, al final me engaché por completo a la edición y seguí todos los programas. Reconozco que me encantaba ver las pruebas, cómo les cambiaban el look, lo tontitas que eran muchas, la compentitividad. Era asombroso ver su camino hacia la fama.

Lo más gracioso de todo era la insistencia por parte de los organizadores del guirigay de que su intención con el proyecto era limpiar los prejuicios que hay sobre el mundo de la moda y constatar que también se trata de una profesión de valores. Dios mío, ¿querer demostrar que la nieve quema o que el mar siempre ha sido rojo? Un poquito de porfaplease.

Una cosa es que te dé por hacer un programita así porque sabes que vas a ganar audiencia, que embobarás a las hormonas adolescentes tanto femeninas como másculinas, que pondrás cachondo al macho ibérico español y te jurará lealtad cada miércoles. Que la idea va a ser todo un negocio… Pero de ahí a que además tomes a los telespectadores por tontos y prentendas hacer creer cosas imposibles, eso ya suena a estar de coña. Ser un poco sin vergüenza, vaya.

No hay más que bajarse algún vídeo de los que rulan por ahí, si no habéis seguido el show, para observar los maravillosos valores que transmiten los profesores, que demandan las aspirantes y que se intercambian las chiquillas. Ni que decir tiene la función de ese magnífico jurado y de la Mascó presentando como loro con miopía. Pero ese es otro cantar de los cantares.

Recuerdo la frase del italianillo estrellándose contra las cabizbajas jovenzuelas: “Shooro pero soy guaapa” (lease con entonación romana)

El culto al cuerpo estaba por encima de cualquier otra cosa: no importaba si subía la fiebre, si no se podía más en el gimnasio, si te apetecía una golosina. Había que machacarse. De eso se trataba y eso te exigían los profesionales de la pasarela. Dijesen lo que dijesen.

Yo pensaba muchas veces en las chavalillas que estuvieran viendo Cuatro los miércoles por la noche: un gran tanto por ciento se irían abatido y frustrado por vivir en una silueta nada que ver con las supermodelos, el resto reafirmarían su deseo de moldear su figura, gastar la paga en ropa de Custom y volver al Corte Inglés el sábado por la tarde para reponer su set de maquillaje.

¡Tan humanos valores esos!

Me paso a lo mejor un poco para haber contribuido a su alta audiencia, pero era Yasmín. Tan linda ella que me gustaba verla cada semana. Además de parecerme preciosa, esta sí parecía tener personalidad. Al menos se desmarcaba y decía todo tal cual lo pensaba. Con más o menos razón, no se andaba con hipocresía.

Las productoras de la tele que sigan fomentando la basura que quieran en sus canales, qué menos, por favor. Pero que le hagan un cortés gesto a los telespectadores y no pretendan además tomarnos el pelo, que eso peca ya de ser un descarado hijo de puta. Eso sí, con estilo y perfume del caro. Faltaría!