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La esencia del recato

1.La esencia del recato. Hay un tipo de mujeres en las que los labios de la cara, al aproximarse a las comisuras, concluyen bruscamente. No es el caso de la boca redonda, sino de un proyecto frustrado de boca ancha o alargada. El ejemplo más notorio es el de la actriz Silvana Mangano, que hizo furor a fines de los años cincuenta. Kurt se pregunta, tras cruzarse en la calle con una joven que muestra esa característica, cuál es la razón de su atractivo. A Kurt ese rasgo le sugiere una precoz madurez, como de joven madre, y también una pasión intensa pero comedida, que a partir de cierto momento se hace secreta, se cierra sobre sí, y lo hace con buena geometría, sin brusquedad. Son mujeres de dos velocidades, y los que logran entrar en la segunda pueden verse atrapados en una ciénaga en la que luchan sin tregua el pudor y la lujuria, sin que, para felicidad del náufrago, venza jamás una de ellas. Son bocas casi siempre cerradas, y de ellas, cuando se entra, no hay forma de salir. Si se abren para besar, es que la pasión ha arrollado ya todas las defensas.

2. Imposible objetividad. Hasta hace muy poco era una niña, un subproducto social que asumía a regañadientes el papel asignado a la edad: ser objeto de reproches, vigilancias, reprimendas, bromas. Pero ha bastado una primavera para que le broten las formas y cambien de pronto los ojos que la miran. Profesores, vecinos, sacerdotes, viandantes, guardias, deslizan el deseo por su cuerpo: sus ojos son lenguas de aire que se enroscan en él, lo escudriñan, husmean sus esquinas y pliegues, penden de sus posturas, unos de forma directa, otros de reojo, con el rabillo, o incluso sin mirarla; da igual, sabe que la ven. Las mujeres fingen no enterarse, como si aún fuera niña-niña, pero hay ya desconfianza en su mirada, un odio pequeño en la voz, un respeto en las manos que acarician su cara. Kurt, al verla por la calle, codiciada por el mundo que ayer no la miraba, dueña ya de un lugar y un territorio, el suyo, obligada a improvisar todas las artes de defensa, pero aún con lenguaje y gustos de niña, rodeada de hombres que querrían olerla y penetrarla, hundirse en ella, señora de un ancho poder que administrar, siente inmensa ternura por su desvalimiento, casi amor. Pero, al pensar esto, descubre que se le ha puesto dura.

3.El suplente. Mientras fuma un cigarrillo, medio recostada sobre la almohada, con la luz de la tarde en retirada, le cuenta lo que más detesta de su hombre, y hace que esté con Kurt: no pierde nunca la compostura; piensa que lo hace así para que ella no se acerque al centro de él. Como se trata de un encuentro ocasional, e ignora todo de la mujer, Kurt la valora en poco, y no la entiende. El hombre en cuestión, le explica ella, le hace un amor convencional, no en las técnicas, sino en los gestos que aplica al propio cuerpo, que nunca se descomponen ni pierden coherencia, ritmo, estilo: jamás parece inerme, poseído. El amor físico, añade, si es hondo, es una caída, un traspiés, una pérdida de estilo, un abandono al mal gusto, que es lo que queda de nosotros cuando el espíritu sale fuera. Su espíritu, en cambio, nunca abandona el barco, y no es posible abordar éste a la deriva, vacío de sí, lleno sólo de sus fantasmas. ¿Y yo, hago eso acaso?, pregunta algo asustado Kurt. Tú lo finges muy bien, responde ella, eso me excita, y me basta; no deseo conocerte.

4.Formas de ver las cosas. Lo que más atraía a Kurt era, precisamente, lo que ella tanto se empeñaba en disimular. Debajo de una figura madura y bien torneada por atuendo y lencería, se debatían formas que, liberadas las sujeciones, escapaban a todo control: grandes y largos pechos todavía consistentes, que iban cada uno por su lado, amenazando llevarla tras ellos en la inercia de un bamboleo, tres o cuatro cinturas, sobrenadando el vientre tan pronto se sentaba, en las nalgas una morfología que nunca estaba quieta, una querencia de cornisa cayendo de las axilas hacia la cintura. Pero era bella, el rostro preservaba todos sus equilibrios, y esa cierta desazón que mostraba hacia su cuerpo, como si estuviera pendiente en todo instante por aquello que se escapaba de ella, y a veces pareciera a punto de correr detrás, no hacía sino añadir interés. Y esto, aún antes de explorar los mil pliegues posibles, los hilos de humedad que se formaban, la potencia de un jadeo sobre anatomía tan inestable, la plenitud del descontrol en un cuerpo insumiso. Cuerpo de geometría variable, solía decir Kurt.

5.El mito guarda la era. Kurt piensa que el feminismo es el único cambio verdadero en nuestra cultura, desde que damos ese nombre a lo que se lo damos. El Génesis es un compendio de cultura patriarcal, y ése es el origen convencional del discurso, esto es, de las cosas que existen. Pero la idea de la mujer emancipada ocupa unas pocas células en la más reciente lámina del córtex. Eso piensa mientras asiste, con repugnancia moral y placer estético, a una corrida de toros, paradigma del ser colectivo, no sólo el nuestro, sino el de todo Occidente, razón por la que fascina también a otros. Kurt anota al respecto lo siguiente: el ritmo y la cadencia del sexo, máximo 6 toros (heroico), duración dos a tres horas. Capotazos previos (cortejo amoroso), picador (penetración), banderillas (juegos duros subsiguientes), muleta (reiteración de series de penetración, con variación de estilos), estocada (orgasmo, a veces de difícil logro), vuelta al ruedo (o pitos), arrastre de restos al vertedero, etc. Al propio tiempo un doble cruce: el toro, símbolo fálico, y el torero, vestido con el ornato de una mujer: he ahí la fascinante ambigüedad. ¿Cuánto tardará en formar su propia simbólica y mítica la nueva cultura feminista?

6.Riada. Kurt hace el amor, después de tiempo de abstinencia, con una furia que creía perdida. El puro placer, en el que otras veces trataba de detenerse, separando tiempos, investigando secretas pulsiones, viene rodeado esta vez de oscuros materiales, torpes y agresivos, unas aguas densas, con sangre y excrementos flotando en ellas. Al penetrar a la mujer, tratando de ir más allá de sus límites, de transgredir su cuerpo y violarlo, se siente ariete de fuerzas que pasan a través de él, un ancho poder cósmico que se afila en su polla, incandescente como un pararrayos que descarga en lugar de recibir. Esa corriente de vigor arrastra alrededor, imantados por ella, como un cortejo, imágenes antiguas, trozos de vida, abyectas fantasías, líquidos de náusea, crímenes, historias posibles que dejó fuera de la suya, sucesos (no ocurridos) de espanto y belleza. Al caer del trance siente que sale de esa ciénaga, que él queda atrás y está hecho de olvido. ¡Qué estúpido eufemismo es “hacer el amor”!, piensa.

7.La estación de las flores. De mañana, camino del trabajo, Kurt tiene ante sí a la mujer. Acaba de romper la primavera y ella viste pantalón fino. Las caderas son anchas, expresan el poder de la mujer sobre la tierra, un centro de gravedad próximo al suelo, a la materia. Kurt, caminando tras ella, trata de indagar, bajo el pantalón, el lugar de la braga. Lo encuentra al fin: ciñe sólo el triángulo central de las nalgas, que rebosan de sus bordes un volumen amplio. Ya no ve el pantalón (Kurt está bajo él), podría asegurar la textura de la braga, y su relación con la carne: no es la adhesión del algodón, ni la distancia de la fibra, es un intermedio, que ciñe lo justo pero dejando exenta la percepción táctil de la piel. Imagina ahora, siente casi, el olor, tenue, de sexo recién lavado, en el vértice mismo, como el centro de una flor, de aquel juego de triángulos. Ante el cristal de una esquina en chaflán, ve que ella le ve, y le adivina. La mujer sigue andando, y Kurt percibe en ella, en su culo, un matiz muy sutil, una palpitación, un gusto, como si entrara en el juego.

8.Regreso del cielo. Kurt hace el amor de pie, en el baño. Vamos a la ventana, le dice la mujer. Se acercan, desnudos; le pide que la abra y hagan el amor ante ella. A la misma altura que ellos, en la casa de enfrente, hay unas viviendas en terraza. Kurt quiere satisfacer el ardiente deseo de la mujer, aunque teme la reacción de los vecinos. Le excita esta pequeña perversión, un exhibicionismo que, en el fondo, piensa Kurt, aspira a que el éxtasis en que ella está sumida no se quede entre los dos, salga de las paredes de sus cuerpos, vuele, como una nube de polen, o una onda de calor, y llegue a otros. Se ponen en la ventana, ella levanta una pierna y la apoya en el quicio, él la penetra. Están moviéndose cuando un vecino en camiseta sale a regar las plantas. Los ve, vuelve al interior y sale otra vez con su mujer y una hija, que les insultan (¡guarros!). Ella llega al orgasmo, y, tras caer muy al fondo de él, se percata de los gritos, cierra la cortina, vuelve a la cama, se mete bajo las sábanas y aparta de un manotazo a Kurt, mientras dice: ¡Cómo has podido hacerme esto!

9.A fuerza del libreto. La mujer está llena de pasión, decide que no hay razón para frenarla, le mira con ojos perdidos, desliza su mano de la mejilla de él al cuello, lo aprieta contra sí y dice: Te quiero. Kurt desea poseerla, pero le choca ese amor tan repentino: acaba de conocerla. Van cumpliendo los pasos, uno a uno, y por su orden justo: beso largo, gemidos, succión de pechos, montura, penetración, cabeza atrás (de ella), arrebato, orgasmo, etc. A Kurt le parece estar viendo los planos de una escena en el cine. De vez en cuando ella se muestra poseída, como fuera de sí. A ratos salen de sus ojos brillos o rayos como de amor. Al moverse en la cama lo hace sin gestos bruscos, tal si levitara, o el amor fuera un ballet. Kurt sabe que el sexo es la más poderosa regresión, que lleva al fondo de la especie, al aullido primordial, y la cultura del amor, con literatura, expresión corporal y escenografía (que cristalizan en conducta), una mediación entre el hombre y su animal, para que puedan convivir. Pero una farsa tan mal interpretada resulta insoportable.

10.Acto fallido. Kurt la está mirando, echada de medio lado sobre la cama, con gesto que refleja a un tiempo temor fingido, expectativa, deseo, culpa. Le acaba de decir que, si cree que ha obrado mal, puede pegarla. Kurt no sabe qué hacer. Por más que se esfuerza, no siente placer en golpearla. Tampoco quiere privarla de ese gusto; hace ya tiempo le ha dicho que hará lo que ella quiera para que goce. Pero ¿cómo medir los golpes para que colmen el deseo de sufrir, sin ir más allá de lo justo? Entonces acude a su mente una escena de hace mucho, con una joven a la que conoció: ella insinúa que quiere ser sometida, él dice entonces que va a pegarla, deja pasar algo de tiempo y le da unas bofetadas sin fuerza. La chica le da la espalda y se echa a llorar con desconsuelo. Ese día, allí acaba todo. Kurt admite, para sí, que a partir de un punto no sabe nada de mujeres. Entonces suspira, se acuesta junto a ella y con toda dulzura deja un beso en una esquina de sus labios, con la conciencia de ser un mal amante.

11.Parte final de guerra. Kurt se siente atado a la mujer a la que ama por los nudos de los olores. Sabe de ella todo, de cada uno de sus rincones, y el tacto o la vista no es lo que cuenta. Pero cuanto más sabe más quiere saber, y fuera de su atmósfera, de la gama de pequeños aromas de su proximidad, siente que se ahoga: le falta el aire. Ha intentado romper esa dependencia tratando con otras mujeres, pero en vano. En ellas, junto a olores que le atraen, hay siempre alguno que le repele, o una ausencia de olor donde debía haberlo, que convierte en carne muerta aquel cuerpo y le hace apartarse de él. Husmea entonces en el pasado y olisquea el recuerdo que le queda de otras, buscando en ellas algo semejante, para no sentirse atado a un solo cuerpo, preso de él, cautivo. No lo logra. Al cabo de mucho tiempo ella ha acabado invadiendo todas sus terminales sensitivas. Kurt se siente ahora territorio ocupado, y necesita cada instante la presencia del invasor.

12.En las películas no ocurre. Ella le anuncia una sorpresa. Al llegar, después de besarle, se encierra en el baño, pide que apague la luz antes de salir, Kurt lo hace, luego enciende y ella está en el centro de la habitación, con un espléndido modelo de lencería erótica en actitud clásica de provocación. Ríen en broma, se abrazan de nuevo, y para continuarla Kurt la va amando con los ritos que tal envoltorio pide: beso suave y apasionado en el cuello, descendimiento de un tirante, paseo de los labios entre el pecho y la axila -ella exhala entonces un gemido justo, mientras (supone Kurt) echa atrás la cabeza-, descenso del otro tirante, bajada de la copa del sujetador, curso de la lengua en torno al pezón, hasta henchirlo, succión suave, luego violenta, hasta que provoque una punzada ambigua (¿dolor?, ¿placer?), bajada del corpiño, arduo juego en el ombligo, comienzo del descenso de los labios por la gran pendiente, él (de rodillas) afila una mano entre los muslos, roza la puntilla de la vampiresa y… ¿Qué es esto?, pregunta Kurt, mientras bajo el negro encaje descubre un “salva slip”.

 link:  http://www.el-mundo.es/magazine/num128/textos/eroti1.html

Besines de Colorines!


5 comentarios »

5 comentarios a “La esencia del recato”

  1. el 14 Feb 2007 a las 14 febrero 2007 PR: 0 Elenita de Troya

    Tía, vaya rollazos nos metes!!!!!!

    ¡No me extraña que tu marido no quiera volver a casa por las noches!

    😉

  2. el 14 Feb 2007 a las 14 febrero 2007 PR: 4 Tetxus

    Vale.

    Besines de Colorines!

  3. el 14 Feb 2007 a las 14 febrero 2007 PR: 4 Ártemis

    Jajaj Lo del Salva slip me ha matado xD

    Pues a mí me ha gustado, se pueden ver los dos puntos de vista y a ver si mucha gente se enteran de que lo que de verdad enamora no es un físico, sino una personalidad.

    Muy bueno el artículo, Texus.

    Besines de colorines para ti también 🙂

  4. el 15 Feb 2007 a las 15 febrero 2007 PR: 4 Tetxus

    Gracias Ártemis.
    Besines de Colorines!

  5. el 15 Feb 2007 a las 15 febrero 2007 PR: 4 Ártemis

    De nada Tetxus!!
    Besines para ti también!

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